En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 22 de mayo de 2012

Privilegiados


Hay momentos y momentos. Días, temporadas, en los que te encuentras bien, a gusto con la vida y el mundo, y otras en las que prefieres no pensar para no tener que preguntar un porqué cuya respuesta quizá está demasiado cerca e intuyes que no va a ser de tu agrado. Nos cuesta darnos cuenta de que, en realidad, somos unos privilegiados.

Cuando todo nos va bien, somos privilegiados. No porque se cumplan nuestros deseos y expectativas, sino porque estamos en mejor posición para ayudar (amar) a los que lo necesitan y no les va todo tan bien.

Cuando todo va mal, también somos privilegiados. No porque cuando estás en el hoyo, tarde o temprano, solo se puede ir mejorando, sino porque estás en la mejor posición para ser amado... y sentirte amado.

Ése es precisamente nuestro mayor privilegio: nuestra fe en Dios. Dios que es Amor.

Lo decía el Papa hace menos de un mes y no era una provocación. En medio de la escasez material, de la penuria económica, de la inseguridad y desconfianza en el futuro, nuestra mayor pobreza, la de este mundo, la de cualquiera de nosotros, es la falta de amor. Posiblemente, esa falta de amor nos ha llevado —al menos en parte— a la situación en la que estamos. Amor en el dar, y en el recibir. Amor en el ocuparnos –que es un paso más que preocuparnos— del otro.

Somos privilegiados, sí. Tenemos garantizado un Amor fiel, infinito y eterno. Dios nos ama y lo seguirá haciendo. Nuestra pobreza no viene de la falta de ese Amor, sino de nuestra frialdad para aceptarlo, de nuestra ingratitud al no sentirlo, de nuestro egoísmo al no trasladarlo a quien está a nuestro lado, de nuestra falta de generosidad al no amar lo suficiente.

¿Y cuánto es suficiente? Hablando de amor, nunca nada es bastante. Cuestión distinta es hasta dónde somos capaces —con nuestras limitaciones— de llegar... pero de eso se encarga, si le dejamos, el Espíritu Santo.

No se contenten con decir y pensar que ya hacen todo lo que pueden y que ojalá pudieran hacer más. Si son valientes, pídanle a Dios ser capaces de ir más allá. Él sólo necesita una pequeña rendija para colarse en su corazón y transformarlo todo: su “sí”, su “hágase”...

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