En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 18 de diciembre de 2012

Año de la Fe (7): No se ha ido. Siempre ha estado


El Papa Benedicto XVI lo expresa en los dos últimos párrafos de la octava catequesis que dedica al Año de la Fe.

En el primero, nos recuerda que el Adviento “nos recuerda una y otra vez que Dios no se ha ido del mundo, que no está ausente, que no nos abandona; al contrario, sale a nuestro encuentro de diferentes maneras que tenemos que aprender a discernir”.

Dios no vuelve por Navidad. Siempre estuvo ahí. Nunca se fue. Ha estado a lo largo de la historia: en el momento de la creación, en el de los pactos y alianzas, en el de los prodigios y milagros, en el de su encarnación y nacimiento como uno de nosotros, en el corazón de su Iglesia y de los santos...

Dice el Papa en el último párrafo de su catequesis que “también nosotros, con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos llamados, día a día, a distinguir y testimoniar esta presencia en el mundo a menudo superficial y distraído, a hacer que resplandezca en nuestra vida la luz que ha iluminado la gruta de Belén”.

Un mundo superficial y distraído... Más veces de las que deberíamos, nosotros mismos, ¿no?

Porque superficial es relajar nuestro ser cristiano al cumplimiento de unas normas, ritos y costumbres. Tan superficial como cualquier actividad —aún las más magníficas— que no son conscientes de su porqué.

Y distraído. ¿O acaso no pueden convertirse en distracción esas mismas normas, ritos y costumbres? ¿O la acción, por la simple acción?

Cristo al centro... ¡y desde allí hasta la periferia! Inundándolo todo, hasta el último poro de nuestra piel y la más ínfima molécula de nuestro interior. Descubrirle en nuestra vida. Hacerle visible frente a tanta luz falsa o simples reflejos de la luz verdadera.

La semana que viene, Navidad. Pero no se equivoquen: Dios no viene; nunca se fue. Aunque a veces es difícil verle...

martes, 11 de diciembre de 2012

Año de la Fe (6): Himno de Adviento


Esta pasada semana me topé con este bello Himno del siglo IX que formaba parte de la Liturgia Latina en este tiempo de Adviento.

“Que el sol, los astros, la tierra y los mares
resuenen ante el advenimiento del Dios altísimo;
¡que el rico y el pobre unan sus cantos
para celebrar al Hijo del Creador supremo!  
Su nacimiento precede a la estrella de mañana:
éste es el Salvador prometido antaño a nuestros padres,
fruto glorioso de una Virgen,
el Hijo del Dios todopoderoso. 
Éste es el Rey de la gloria,
el que debía venir para reinar sobre los reyes,
para poner bajo sus pies al enemigo cruel,
y para curar al mundo enfermo. 
Que los ángeles también se alegren;
que todos los pueblos se estremezcan de alegría:
el Altísimo viene humildemente para salvar lo que perecía... 
Que los profetas alcen sus voces y profeticen:
¡El Emmanuel ya está cerca de nosotros!  
Que la lengua de los mudos se desate,
y vosotros, los cojos, corred a su encuentro...
Todas las naciones y las islas, aclamad este gran triunfo.
Corred como acuden los ciervos:
he aquí el Redentor que viene. 
Que los ojos de los ciegos, hasta ahora cerrados a la luz,
aprendan a traspasar las tinieblas de noche, y abrirse a la luz verdadera... 
¡Alabanza, honor, poder y gloria a Dios Padre,
y a su Hijo en la unidad del Santo Espíritu por los siglos eternos!”

Me ha parecido bonito compartirlo con todos, ya lo conocieran o no, especialmente en este contexto de reflexiones a raíz del Año de la Fe. No en vano, nuestro Credo, tras llamar a Dios padre y reconocerle como todopoderoso, afirma nuestra fe en su Hijo, nuestro Señor, ése que se acerca, que siempre ha estado, ése que, como señala Benedicto XVI en su catequesis semanal “no es algo que se superpone a nuestra humanidad, sino el cumplimiento de los más profundos anhelos humanos”.

martes, 4 de diciembre de 2012

Año de la Fe (5): ¿En qué o en quién cree usted?


En el propio enunciado de la pregunta encontramos un enfoque necesario para la respuesta. Por cierto, menos unívoca de lo que podríamos pensar...

Desde su experiencia, ¿cómo es Dios?

El Dios en quien yo creo, en el que cree la Iglesia, es una persona. No un ente, una fuerza, un espíritu, una mente, un modelo matemático, o una partícula diminuta en el interior de cada átomo. Se trata de un Dios que habla, que se comunica, con el que se puede dialogar y hasta —si me apuran— negociar... O al menos intentarlo.

Se trata de un Dios que se nos ha dado —y se nos da— a conocer.

El Papa Benedicto XVI —como siempre— expresa ese concepto de comunicación constante en su catequesis de la pasada semana de una forma brillante.

Y aunque su interés y objeto de reflexión es otro distinto al que hoy les planteo, dice el Santo Padre que si podemos hablar de Dios al mundo es porque Él primero “ha hablado con nosotros”. Afirma que “Dios no es una hipótesis lejana del mundo por su origen, Dios se preocupa por nosotros, Dios nos ama, Dios ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha ‘auto-comunicado’ hasta encarnarse”.

Y aquí es donde toma de nuevo sentido la pregunta que les hacía al principio y la advertencia sobre que la respuesta podía ser no tan única como parece, sin dejar de serlo: Dios se ha comunicado y comunica con cada uno de nosotros. Por tanto, cada uno tenemos una experiencia “única” de Dios. Una experiencia que, además, puede ir variando a lo largo de nuestra vida.

¿Cómo es su experiencia de Dios?

Dice el Papa que “Dios es una realidad de nuestra vida, Dios es tan grande que tiene tiempo también para nosotros, que puede ocuparse de nosotros y se ocupa de nosotros”.

Hay que reconocerlo: ¡qué grande es nuestro Dios! Porque es Uno y es capaz de comunicarse con cada uno, a cada uno, personalizando en cada persona su experiencia de encuentro y comunión, para llevarnos a todos al mismo lugar, que es Él mismo. No es relativismo de lo que hablo. Es misterio, algo que resulta difícil o imposible de entender y vislumbrar en su totalidad. Pese a que cada uno tengamos una experiencia distinta, pese a que a cada uno nos pida y nos hable de forma diferenciada, Dios es Uno y su rostro es Cristo.

Dios es Padre, Hijo, hermano, amigo, Espíritu Santo, prójimo... y sigue siendo Uno. Es creador y omnipotente... y sin embargo quiso nacer y vivir como uno de nosotros, para encontrarse con nosotros. Y morir por nosotros... por cada uno de nosotros. También por usted. Y por mí.

Como dice el Papa, “Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino que es el verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana”.

Así que, aún sabiendo que es el mismo para todos... ¿cómo es su Dios?