En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 31 de julio de 2012

¿Crítico, o criticón?


La verdad es que las personas, en el fondo, tendemos a cambiar poco. Y cuando lo hacemos, en muchas ocasiones, es por propia conveniencia, lo que significa que, en el fondo, tampoco hemos cambiado ni en esos casos...

Siempre he sido un poco “mosca co**nera”. Me gusta llevar la contraria (algo que saca de quicio a mi hija, como les contaré enseguida), hacer de abogado del diablo, adoptar una posición distinta que sirva de contrapeso. De hecho, en una de las últimas reuniones de nuestro grupo de matrimonios —saludos, betanios— a una persona le salió del alma comentar que si yo hubiera sido uno de los doce apóstoles, Judas no habría entregado a Jesús, sino a mí...

El caso es que volvía con mi hija recién llegada de campamento el otro día camino de la playa. La chiquilla —tiene 17 años, pero para un padre eso no la sitúa necesariamente a un año de la mayoría de edad— me explicaba excitada los juegos y actividades del campamento. Otros asuntos los comparte solo con su madre.

martes, 24 de julio de 2012

Arrimar el ascua...


Estaba en otras cosas mientras escuchaba de fondo el informativo de la noche de TVE cuando, de repente, un titular llamó mi atención. Decía algo así como que casi la mitad de los españoles aprobaban que la investigación científica —en temas médicos— no estuviera sujeta a condicionamientos éticos. La verdad es que no presté atención al desarrollo de la noticia veinte minutos después, así que desconozco el tamaño de la muestra o la pregunta a la que respondieron los encuestados y en qué contexto.

Lo primero que vino a mi mente es que si casi la mitad de los españoles no quieren tabúes éticos en la investigación científica, más de la mitad —o sea, la mayoría— sí se decantan a favor de algún tipo de cortapisa ética. ¡Hay que ver cómo tendemos a arrimar el ascua a nuestra sardina! En éste y prácticamente en todos los aspectos de nuestras vidas.

¿Quién no se ha descubierto durante una buena homilía crítica repasando mentalmente las pajas en ojos ajenos, dejando a salvo las vigas en los propios? ¿Quién, al oír la expresión “sepulcros blanqueados” no ha mirado hacia otros bancos en lugar de hacía si mismo?

Pues eso... Casi la mitad es minoría con respecto al resto. Por mucho que se empeñen e intenten destacarlo. Pero es que además, aunque fuesen mayoría, estarían equivocados y condenándonos a todos a una especie de dictadura científico-técnica al más puro estilo de “Un mundo feliz”.

A todos nos iría mejor —individual y colectivamente— si nos pusiéramos en la situación del otro, en sus ojos, antes de defender nuestros derechos, privilegios y estilos de vida. De verdad. Hay ascuas para todas las sardinas.

martes, 17 de julio de 2012

Aspirar a todo


A veces nos conformamos con poco, con el mínimo, y eso nos lastra y nos impide aspirar a todo. Porque es a todo a lo que estamos llamados. No a menos.

Bajar el listón supone renunciar a la excelencia. Cada vez que lo hacemos, un pequeño pedazo de nuestra alma se reseca y contrae. Como un cáncer se extiende, desgarra y resulta pesado.

Lo bueno es que, a diferencia de un árbol seco, nuestra alma es inmortal y Dios es la medicina que puede curar cada una de las cicatrices que cada renuncia deja en nuestras vidas. Lo malo es que no siempre ponemos de nuestra parte para que esto suceda. Y a veces, ni lo queremos.

A costa de renuncias y silencios terminamos acostumbrándonos a apuntar a pequeñas y cercanas metas que, quizá formen parte de un camino más largo y perfecto, pero que normalmente ocultan el horizonte, y terminan siendo sucedáneos de una vida plena.

Y así, nos quedamos en un "no matarás", cuando debería ser "ama toda vida". Nos conformamos con que nuestros hijos sean buenas personas y no les estimulamos para que sean personas santas. No alzamos la voz por no molestar, o porque damos batallas por perdidas sin ni siquiera haber pisado el campo de batalla.

Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza fue para que llegáramos hasta Él, para que aspiráramos a todo. No para suplantarle. No para ser uno más como Él. Sino para ser perfecto como el Padre lo es. Esto es mucha responsabilidad.

En realidad, estamos "obligados" a aspirar a todo, a explotar nuestros talentos y riquezas interiores y ponerlas al servicio de los demás. Ningún "mozart" tiene derecho a esconder su música y robársela al mundo. Ni ningún "miguel ángel" puede aspirar a menos que a un "David" o a una "Capilla Sixtina". Ni ningún "beethoven", al "Himno a la Alegría". Ninguno de nosotros puede renunciar a la santidad.

En esto de ser cristiano no basta con el aprobado. Al menos, no basta con que ésa sea tu meta. En el camino te santificarás más o menos, pecarás más o menos, pero tu aspiración y voluntad, en cuanto a bondad, no deben conocer límites...

martes, 10 de julio de 2012

Contemplación y acción


Dice Benedicto XVI: "la contemplación de Cristo en nuestra vida no nos hace extraños de la realidad, más bien nos hace aún más participes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos a sí en su oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor".

Reconozco que siempre me he considerado un hombre “de acción”, de grandes retos y proyectos, aunque la mayoría de las veces hayan acabado en nada. Pero de un tiempo a esta parte —debe ser cosa de los años— siento que tiene mayor poder de transformación los pequeños cambios en lo cotidiano que los frutos de grandes campañas. No quiero decir que estas últimas no tengan su sentido y hasta necesidad, pero no todo se hace con las manos, o solo con ellas.

El Papa lo explica mejor: "el encuentro diario con el Señor y la frecuencia en los sacramentos puede abrir nuestras mentes y nuestros corazones a su presencia, a sus palabras, a su acción. La oración no es sólo el respiro del alma, sino que —para usar una imagen— también es un oasis de paz, en el que podemos encontrar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma nuestra existencia", de tal manera que “cuanto más espacio damos a la oración, veremos que nuestra vida se transformará más y será animada por la fuerza concreta del amor de Dios”.

Ahora que llega el verano, que nuestras parroquias “reducen” sus horarios, actividades y acciones, que los días se alargan y la tentación de “rebajas” en nuestra vida espiritual es algo más que probable, les invito a no descuidar la oración.

No renuncien a cambiar el mundo solo porque es verano y llegan las vacaciones. Háganlo en lo cotidiano, con los más cercanos, y partiendo desde la oración...

martes, 3 de julio de 2012

Creyentes incrédulos


Mira que somos crédulos para algunas cosas si nos la cuenta un medio de comunicación, un amigo, o hasta un conocido, y de oídas. Estamos dispuestos a creernos casi cualquier cosa, sobre todo si coincide con lo que pensamos, sentimos, queremos o deseamos. Y el problema es que llegamos a creerlo con tal intensidad que, incluso con pruebas contrarias en la mano, la sospecha nunca abandonará nuestro pensamiento. “Algo habrá, seguro”.

Si embargo, con Dios, nos hemos vuelto todo lo contrario. A diario le estamos pidiendo milagros que, en realidad, están en nuestras manos. A diario le solicitamos pruebas de su amor, de su existencia, de que estamos en el camino correcto. ¡Y mira que lo dejó todo bien claro!

En realidad todo esto quizá tenga mucho más que ver con que no nos interesa una persona con criterios tajantes que cuando toca decir “no” dice “no”. No es cómodo contar con una conciencia externa que no siempre coincide con la nuestra, con lo que queremos, con lo que nos interesa. No es práctico que definir el bien y el mal no dependa de nosotros, ni de mayorías, ni de modas o tiempos.

No es que tengamos confianza en el hombre, porque aquí muy pocos ponen la mano en el fuego por nadie. Creo que, como Santo Tomás, el apóstol, el de meter la mano en el costado y en las heridas de las manos, necesitamos seguridad, pero preferimos que esa seguridad sea exactamente cómo nosotros queremos, imaginamos y soñamos. Si no es así, esa confianza tampoco nos interesa.

Y así, nos construimos dioses, religiones, comunidades y templos a medida. No es que el hombre, la humanidad, sea el centro, la unidad de medida. Ni siquiera eso. Cada uno tiene la suya y sólo esa nos vale.

Nos hemos convertido en creyentes incrédulos...