En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

domingo, 17 de marzo de 2013

Pues yo quiero una Iglesia rica...



Y no es por contradecir al Santo Padre que el sábado manifestaba su deseo de una Iglesia “pobre y de los pobres”. Me atrevería a ser tachado de arrogante, pero creo que el Papa Francisco estaría de acuerdo conmigo si alguna vez llegara a sus manos este escrito.

Porque a mí me gustaría una Iglesia rica en esperanza, en fe y en caridad. Una Iglesia rica en sed de Dios, en vocaciones y en generosidad. Una Iglesia rica en unidad y armonía. Una Iglesia rica en Dios y de Dios.

Me gustaría una Iglesia rica en voluntarios. En sacerdotes, religiosos, religiosas, lectores, acólitos, diáconos, catequistas y monaguillos. Me encantaría una Iglesia rica en entrega, santidad y en manifestaciones artísticas que alaben a Dios y muevan a los corazones hacia Él.

Quiero una Iglesia rica en el Espíritu de Dios. Rica en disponibilidad. Una Iglesia rica en oídos atentos, miradas limpias, grandes manos para acoger y dar, y palabras justas en el momento adecuado. Quiero una Iglesia rica en su vida espiritual, sacramental, evangelizadora, profética, asistencial... Quiero una Iglesia rica en oración y en acción. Rica en palabras y hechos.

Quiero una Iglesia rica en tesoros en el Cielo y en constructores del Reino de Dios en la Tierra. Quiero una Iglesia rica en solidaridad, en fraternidad, en ofrecer consuelo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Francisco

Tres apuntes rápidos.

Primero, el nombre: Francisco. El nombre del santo del cofundador de la Compañía de Jesús, san Francisco Javier, a la que pertenece el nuevo Pontífice. Ya lo aclarará él mismo, pero podía haber escogido el nombre del compañero de san Ignacio de Loyola. Sin embargo, parece que ha preferido señalar hacia el humilde y sencillo Francisco de Asís, reformador de la Iglesia desde el corazón y la pobreza para volver a lo esencial, al origen, aquél que fue llamado a "reparar" la casa de Dios. Y tampoco podemos descartar a otro jesuita, san Francisco de Borja, o a otro gran misionero, san Francisco de Sales. En ambos casos, el santo al que debían su nombre sigue siendo el de Asís. Quizá una declaración de intenciones.

Segundo, el rezo. Dirigir el padrenuestro y rezarlo junto a los fieles que estaban en la plaza y los que estábamos allí a través de la televisión. Un gesto que habla de comunidad y de la misión del pastor. Un rezo, además, por el Papa emérito.

Tercero, la bendición. Francisco I ha querido recibir la bendición antes de impartirla, a través de la oración de todos los católicos. No ha sido la bendición del pueblo, sino la intercesión del pueblo para recibir la bendición del Espíritu, para después devolverla a la ciudad y al mundo.

Tenemos un buen Papa. Lo habríamos tenido fuese el que fuese el elegido.

martes, 12 de marzo de 2013

A ver quién es el que la tiene más...


Somos competitivos. Está en nuestra naturaleza. Cuando alguien hace algo que está a nuestro alcance sentimos un irrefrenable estímulo para superar esa marca. A fin de cuentas, si Adán y Eva mordieron la manzana fue para competir con el mismo Dios que les había creado.

No es que la competencia no tenga su lado positivo. Sin duda, lo tiene. Puede hacernos mejorar, motivarnos a extraer lo mejor de nosotros mismos. Es lo que tiene “competir” con uno mismo. Pero incluso cuando es la envidia o el afán de gloria nuestro mayor aliciente, Dios sabe escribir con nuestros renglones torcidos. Está claro que no podemos quedarnos parados tal cual nos parieron. Somos seres en permanente evolución y cambio, llamados a “progresar adecuadamente”.

El problema es que a veces nos dejamos llevar tanto por esta inercia que perdemos el norte, sobredimensionamos las batallas, nos extralimitamos, e incluso podemos terminar haciendo el ridículo. Yo lo he hecho, y quién no, que levante el brazo.

jueves, 7 de marzo de 2013

¿Qué le pido al nuevo Papa?


Probablemente sean pocos los que se hayan percatado. Durante las últimas semanas he guardado silencio. Huelga de teclas caídas. Y les confieso que mientras escribo esto sigo tentado de mantener este paro técnico.

No negaré que la decisión de Benedicto XVI ha turbado mi ánimo, aunque —para ser justos— ya venía “tocado” de antes. Las reacciones y reflexiones sobre la renuncia del Papa que se desplegaron posteriormente no hicieron otra cosa que reafirmarme en aquel viejo consejo: si las palabras no van a mejorar el silencio, mejor no romperlo...

Y en ésas estaba hasta que ayer un buen amigo, preocupado por la ausencia de mi clásica incontinencia verbal (que algún lío me ha procurado), intentó motivarme —léase desafiarme— a expresar por escrito qué le pide la Iglesia —y el mundo— al nuevo Papa, cuya identidad todavía desconocemos.

¿Qué Papa necesita la Iglesia? Una pregunta a la que parece que nadie —desde dentro y desde fuera— se resiste a contestar. Desde cardenales hasta el último de los bautizados. Desde creyentes a ateos beligerantes. Demasiadas voces y quizá poco silencio.

Y es que siendo la pregunta importante e interesante, me parece que no lleva la dirección correcta. Deberíamos preguntarle a Dios y no a nosotros mismos. Debemos preguntarle qué Iglesia quiere, qué Papa quiere, qué va a pedirle, qué nos pide diariamente.

martes, 29 de enero de 2013

Año de la Fe (11): En la frustración...


En momentos de felicidad, plenitud, cuando todo va rodado, puede ser muy fácil creer y ser agradecido. Aunque también habrá otros que se olvidarán haciendo válido el refrán aquél que dice que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena...

Preparando una reunión para el mes que viene, leía esta misma semana una breve reflexión que me gustaría completar y compartir:

“Cuando me sentí cansado y pedí fuerzas, fui afortunado, porque Dios me dio dificultades y la fuerza para hacerles frente.
Cuando necesité sabiduría, fui afortunado, porque Dios me dio problemas para resolver.
Cuando deseé prosperidad, fui afortunado, porque Dios me recordó que tengo un cerebro y músculos para trabajar.
Cuando pedí coraje, fui afortunado, porque Dios me dio obstáculos que superar.
Necesité amor, y por fortuna, Dios me dio personas a las que amar.
No recibí nada de lo que pedí…, pero fui afortunado, porque recibí todo lo que precisaba”.

Piénsenlo. Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin obstáculos, nos
dejaría atrofiados, sin fuerzas para luchar y ser como podríamos haber sido. Todo lo que nos ocurre es una oportunidad.