En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 28 de febrero de 2012

La esperanza de Dios


Llevo varias semanas saludando cada nuevo día, de lunes a viernes, con una breve reflexión en Facebook y Twitter. La verdad es que mi presencia en ambas redes podría describirse como “de perfil bajo”. Apenas poco más que esas reflexiones diarias y los avisos de actualización de esta web. No es un gran bagaje, lo sé. Tampoco pretendo miles de seguidores o amigos.

Les cuento esto porque este lunes me sorprendí a mí mismo con una pequeña idea. No es la primera vez que me ocurre. ¡Sí! ¡De vez en cuando tengo ideas, oigan!

Lo cierto es que mientras espero en el coche a que sea una hora prudente para entrar a trabajar (cosas de tener que aparcar en el centro), me gusta compartir una pequeña reflexión con quien quiera escuchar. A veces el verbo es más florido e inspirado, y otras parece un puzzle relleno por compromiso. En ocasiones cuesta hablar de algo, y en otros momentos la frase amanece contigo al abrir los ojos. No digo que sea Dios quien me susurra al oído. No creo ser su portavoz autorizado, ni un profeta a la antigua usanza. ¡Ojalá tuviera con Él tan buenas y fluidas relaciones! No doy el perfil. No sería una buena elección, aunque, ¿quién soy yo para saberlo?

Pero es que de eso precisamente trataba la reflexión del lunes. Ponemos nuestra esperanza en Dios, sí. Algunos más que otros. Pero si esa esperanza es cuantificable, la que tiene Dios en cada uno de nosotros es infinitamente mayor. Casi ciega e irresponsable, si no fuera porque Él, mejor que nosotros mismos, conoce los verdaderos motivos de su fe en cada una de las personas que conformamos la humanidad.

Pese a nuestra cultura del desencuentro presente en nuestra historia desde que Adán y Eva se enfrentaron a Dios y Caín mató a Abel. Pese a nuestro egoísmo tan dado a reclamar derechos sin contraprestación. Pese a nuestros sueños de grandezas y poderes que se basan, ni más ni menos, en estar por encima del otro. Pese a nuestra hipocresía que llena nuestras bocas y labios de besos y bellas palabras sin verdadero compromiso, sin sacrificio. Pese a todo eso, y más.

Dios sigue esperando. Sigue esperándonos. Nada le importará con tal de que volvamos. Sigue confiando en nosotros. En cada uno. Nos hizo libres con la esperanza de que le amáramos. Y haciéndolo, que amáramos a nuestros hermanos. Y la vida. Y el mundo. Y todo lo creado.

Si Él confía en mí, ¿por qué no debo hacerlo yo?

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