En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 3 de mayo de 2011

Temor de Dios


Hace unos días circulaba por una autovía y sentí miedo. El miedo de los que transitaban. Mi propio miedo... Pequeños toques de freno, miradas —más de las necesarias— al salpicadero para controlar la velocidad, aglomeraciones (todos en un carril, en fila india), adelantamientos interminables.

Entonces me vino a la cabeza. Hemos olvidado el santo temor a Dios y lo hemos sustituido por el pánico a la Guardia Civil de Tráfico. En ese momento sentí tristeza.

No es que sea triste que respetemos las normas de circulación, aunque hay algunas que son estúpidas, contraproducentes e incluso imposibles de cumplir, de verdad. No es que sea triste mirar con cierto temor a los representantes de la Autoridad que velan por nuestro bien, aunque hay momentos y situaciones en los que parece que su fin es otro. No es que sea triste respetar unas normas que pueden velar por nuestra seguridad y nuestras propias vidas, y la de los demás.

Lo triste es que a base de vivir en el mundo nos hemos hechos del mundo. Lo triste es que nos preocupen más los puntos de un carnet o unos billetes en nuestro bolsillo, que la salud de nuestras almas. ¿Qué son los puntos o el dinero comparados con el bien de nuestra alma para toda la eternidad?

Somos capaces de pisar un pedal por miedo a una sanción, pero no nos planteamos levantar el pie de nuestros excesos y pecados. A fin de cuentas, la misericordia de Dios es infinita y todo lo perdona. De hecho, ya nos ha salvado...

“Timete Deum” decía San Vicente Ferrer, cuya festividad en Valencia celebrábamos ayer. A fuerza de hablar del amor de Dios le hemos fabricado una imagen de ser complaciente, olvidando que comprensión y complacencia no son la misma cosa. A fuerza de hablar de la misericordia de Dios hemos olvidado que para ser perdonados hay que pedir perdón y tener voluntad de no volver a pecar.

Si hemos sido elegidos, llamados por Él, si conoce nuestros nombres, si hasta el último de nuestros cabellos está contado, ¿no debería pesar en nosotros esa responsabilidad, que es para toda la vida, más que una multa de tráfico?

Y sobretodo, teniendo en cuenta que no sabemos detrás de qué curva o cruce nos espera la hermana Muerte y Dios mismo, ¿no deberíamos conducir nuestra vida y nuestra alma con más cuidado, asegurarnos de estar siempre preparados?

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