En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 17 de mayo de 2011

Lo que tiene el atrevimiento

La ignorancia tiene eso: es muy atrevida. O la temeridad. O una mezcla de ambas... Lo cierto es que hay que ser muy atrevido para exponerse en público de esta manera. Aunque también es verdad que el riesgo no es grande —al menos de momento— habida cuenta de la escasa publicidad dada a este sitio y su número de visitas. Hace casi un año que la web está funcionando “en pruebas” y “de tapadillo” y quizá nunca pase de ahí. En las últimas dos semanas se han contabilizado —por curiosidad, porque no será nunca el criterio dominante— apenas 200 visitas. Será lo que Dios quiera, o no será...

Pero volviendo al tema: hay que ser muy atrevido. O temerario.

Atrevimiento por pensar que una iniciativa de este tipo —una más— era necesaria y podía funcionar. Hay otros magníficos portales de recursos católicos. Y Google permite encontrar casi de todo en Internet. Aún así, aquí estamos. No hay mucho, de momento. Bastantes cosas —y muy buenas— en agenda, aunque tampoco una explosión. Muchas llamadas, respuestas contadas. Voluntad, y poco tiempo... Es lo que hay.
Atrevimiento por ponerse a escribir de todo, sin ser sabio en nada. La suerte en este caso es que la reflexión en voz alta al primero al que sirve es al que reflexiona. Y si además te corrigen —acertadamente— y te permiten descubrir nuevos matices, la experiencia es prometedora. Sinceramente: gracias a los que leen y más aún a los pocos que comentan. Siempre pensé que con que esta web pudiera servir a una persona valdría la pena. Al menos, al que esto escribe, le sirve. Y espero que haya alguien más ahí delante de estas letras. Me consta que los hay.

Atrevimiento, también, por reeditar un pequeño libro que recogía y exponía la doctrina de la Iglesia sobre medios de comunicación, actualizándolo y ampliándolo, dados los costes —prácticamente nulos— de publicar en Internet.

Atrevimiento por invitar a participar en la aventura de llevar el nombre de Dios a este continente digital. Quizá éste sea el mayor de todos los atrevimientos.

En definitiva, lo reconozco: culpable de atrevimiento. A fin de cuentas, sé de quién me fío y en sus manos he puesto y pongo el tiempo, el esfuerzo y el dinero —que no es mucho, la verdad— necesarios para poner en marcha este lugar de encuentro y su mantenimiento. 

Si ha de ser para gloria de Dios, que sea. Y si no... pues eso.

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