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martes, 10 de mayo de 2011

¿Obligación o devoción?


Dos hechos irrefutables —los hechos tienen la manía de ser así— y unas declaraciones.

Primer hecho: el número de personas atendido por Cáritas se ha doblado en dos años por motivo de la crisis.

En realidad, puede que haya hecho algo más que doblarse y Cáritas no está sola en esta lucha. Sus cifras no son las únicas.

No me cabe duda de que ha sido la familia —mal llamada tradicional— extensa, la que ha soportado y amortiguado la situación económica en este país. Es así, aunque sea un parámetro de difícil medición.

En cualquier caso, es evidente la realidad de muchas personas que viven a nuestro lado y la necesidad de ayuda y apoyo.

Segundo hecho: el número de voluntarios en España desciende y está por debajo de las cifras que se dan en otros países europeos. Sin embargo, la colaboración económica o material refleja una tendencia al alza.

Este hecho necesita alguna matización ya que, en las estadísticas sobre voluntariado, sólo aparecen cifras facilitadas por las distintas ONGs. En esos datos no están catequistas, o personas que se encargan de la limpieza de templos, por poner dos ejemplos de voluntarios que trabajan en nuestras parroquias y comunidades.

Aún así, el descenso de voluntarios es alarmante. Y es curioso, porque hace unas décadas la situación era justo la contraria: teníamos tiempo para compartir, aunque no dinero. Ahora, parece que somos solidarios con nuestro dinero, pero no con nuestro tiempo. Quizá, realmente, nos falta. O lo valoramos más que al dinero (el tiempo, se entiende). O es más cómodo dejar caer unas monedas que meterse en el barro hasta las rodillas. O quizá... Permítanme no adelantarme. Dentro de un par de párrafos les propongo otra explicación.

Las declaraciones: Sebastián Mora, secretario general de Cáritas. Dice que esta institución "no puede crecer hasta el infinito y, por otro lado, el Estado no puede ceder sus responsabilidades”, ya que “las Administraciones no pueden delegar en Cáritas lo que por esencia les corresponde: trabajar por el bien común”. Y concluye afirmando que “Cáritas no puede sustituir la labor del Estado".

Obviamente son declaraciones en un contexto mucho más amplio y no las traigo aquí con intención de rebatirlas en modo alguno. Pero si unen los dos hechos y lo ponen en relación con esos comentarios quizá podamos sacar algunas conclusiones y explicaciones. Si vuelven a leer el título de este artículo comenzarán a adivinar mi argumento. La labor del Estado es por obligación. La de Cáritas, por devoción.

Hace muchos años, las administraciones públicas y algunas instituciones privadas comenzaron a subvencionar la contratación de voluntarios para desarrollar las labores que ya venían haciendo gratuitamente en ONGs e instituciones con el fin de dotar al trabajo de éstas de cierta estabilidad y garantía de continuidad. Yo fui uno de los beneficiarios entonces, no lo oculto.

¿Saben lo que ocurre? Que cuando a un voluntario se le paga, deja de serlo. La devoción comienza a transformarse en obligación de tal manera que se corre el riesgo de que la primera desaparezca cuando lo haga la segunda: ¿por qué seguir haciendo aquello por lo que me pagaban, pero sin cobrar?

Incluso algo más grave: la situación del voluntario que no cobra trabajando junto al que sí lo hace. ¡Qué lo haga el otro, que para eso cobra! De esa forma se convierte mi devoción en tu obligación.

¿Cuántas ONGs u otras instituciones desaparecerían o dejarían de funcionar sin subvenciones y sólo con personal no remunerado o gratificado? Ninguna institución de la Iglesia, espero.

Lo mismo ocurre a nivel de sociedad. Quizá el problema es que diluimos nuestro llamamiento a la caridad en las obligaciones del Estado, que debe procurar y garantizar el bien de todos. Y si todavía es necesario acallar nuestras conciencias, se entregan unas monedas a la ONG de turno, que ya tiene personas que cobran para encargarse de todo. Fácil, cómodo y limpio.

Personalmente, y con los años, creo que debemos volver a los orígenes del voluntariado, a su gratuidad y desinterés. Ser voluntario no puede convertirse en un puesto de trabajo, o en el paso previo para obtenerlo, o la forma de gozar de ventajas y gratificaciones.

Sinceramente, creo que el Estado tiene obligaciones, pero entre ellas no está el ejercicio de la caridad (en el sentido bíblico del término). Eso es cosa nuestra. Libremente, de todos y cada uno.

Definitivamente, la justicia de Dios no es la de los hombres.

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