En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 20 de marzo de 2012

Lo que queda al final

Leía el otro día una breve historia. Hablaba de una cantante de ópera que un día comenzó a perder la voz y a sentir molestias en la garganta. Operarla era cuestión de vida o muerte. No había otra opción, pero el precio era devastador. Los médicos así se le dijeron: 

— Ya no podrá usted cantar y ni siquiera hablar jamás. 

Ella lo había sido todo. Todavía lo era. Estaba en lo más alto y todavía no se vislumbraba el techo de su pasión y de su arte. Abandonar todo aquello que había sido en vida, todo aquello a lo que había entregado y consagrado su existencia...

Cualquiera hubiera clamado contra Dios, contra su suerte, contra el destino, contra todo y contra todos. Y cualquiera hubiera entendido su reacción.

Momentos antes de la operación, le dijeron si quería decir algo. Iban a ser sus últimas palabras. Pero contra todo pronóstico, no fue un lamento. Ni una queja. Ni un suspiro de resignación. Ella exclamó con una sonrisa:

— Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. 

Fueron las últimas palabras que pronunció. No murió. Simplemente no volvió a hablar. Y aunque parezca mentira, la sonrisa nunca desapareció de su rostro. Ni su amor a la música. Ni a Dios...

A menudo tendemos a quejarnos de lo que Dios, al vida o el mundo, nos quitan. Aunque no sea cierto. Eso es lo de menos. No somos capaces de descubrir que tras cada pérdida queda más al descubierto la realidad que, en cientos de capas, nos hemos empeñado en ocultar: de Dios somos y a Dios vamos.

Piénsalo bien antes de contestar. Si pudieras elegir, ¿cuál sería tu última palabra, tu último pensamiento? 

O mejor, ¿cuál te gustaría que fuera?

En el fondo, así se mide la esperanza...

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