En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 24 de enero de 2012

Unidad de los cristianos


Concluye mañana la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Una llamada anual al ecumenismo y a la reconciliación de las iglesias, a cumplir el deseo de Dios de que todos seamos uno, como el Padre y el Hijo son uno...

Destacaba Benedicto XVI este año con especial énfasis un aspecto que me parece esencial: la tan deseada unidad no puede depender de voluntades y manos humanas. O dejamos trabajar a Dios en nuestros corazones para que esto sea posible, o simplemente tocará seguir esperando. Tocará seguir arrastrando un pecado de soberbia que, en el fondo, fue la base del pecado original.

Como Adán y Eva, cada una de las ramas surgidas del único tronco que es Cristo pretenden conocer los secretos del árbol del bien y del mal. Y, además, de forma exclusiva y excluyente. Cada una de ellas se cree en posesión de la única verdad, de la auténtica revelación, del único camino o método.

Porque Dios tiene perdón para todo, porque si no, esto sería imperdonable...

Pero lo más grave es que esta misma división se refleja en el interior de cada uno de los distintos credos y confesiones.

Recelos, cortedad de miras, encerrarse en cuatro muros... Da igual que sean los de una parroquia, los de un movimiento o los de una asociación o las personas que se dedican a una actividad eclesial. Al final, todos terminamos reconociendo de boquilla la gran riqueza en la variedad, pero pensando que nosotros acertamos y los demás se equivocan, o no aciertan tanto.

A todos se nos llena la boca hablando de comunidades parroquiales, de vida, de catecumenado, ..., pero esto, a veces, nos hace olvidarnos en la práctica de que existe una sola comunidad, superior a todas ellas, que tiene su centro en Cristo y un nombre escogido por Él mismo: su Iglesia. No nuestra, sino suya.

Mientras sigamos “a la greña” entre nosotros, mientras continuemos despreciándonos, mientras avancemos en la ignorancia e incomprensión con “los otros” que viajan en nuestro mismo barco, ¿cómo nos atrevemos a hablar de unidad de los cristianos? ¿Cómo vamos a ser los católicos luz si cada uno, cada grupo, cada movimiento, cada parroquia y comunidad se empeña en encender su propia vela?

Todos decimos tener en común a Jesucristo, pero no todos reconocemos al mismo Cristo. Quizá ésa sea unidad suficiente. Quizá al final resulte que es una cuestión de carismas y aspectos de un mismo y único Dios, como matices de un mismo color. Personalmente, no lo tengo tan claro. No creo que sea bastante. Es más: creo que los matices —con demasiada facilidad— lo que hacen es, a veces, contaminar el color original.

Y creo, además, que esto es algo de lo que venía a señalar el Papa, junto con el llamamiento a la oración para que Él actúe en nosotros y haga posible la reconciliación: o regresamos a Cristo, sin más nombres o colores, o no hay unidad posible. Él nos une. Sólo Él. Nada ni nadie más que Él. De verdad, y no sólo de palabra...

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