En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 4 de octubre de 2011

Lecciones de humildad


Me cuesta. Siempre me ha costado. Por eso, probablemente, Dios se encarga de darme algún toque de vez en cuando. Y cuando lo hace duele doblemente: que te bajen del pedestal no es agradable, y reconocer tu pecado de soberbia y vanidad te hunde la moral.

Creo que esta vez ha escogido hasta el día. San Francisco de Asís, santo humilde entre los humildes, y enorme en su santidad.

El caso es que nos cuesta admitir las aportaciones de otros. Consideramos nuestro trabajo como nuestro, como un coto privado, como propiedad personal. Esto nos ocurre mucho a los creativos.

No me cuesta crear. Tengo un don. No siempre serán obras de arte, pero sí tienen cierto nivel. Algunas cosas me salen más “redondas” —no, no me quedan abuelas— que otras, pero en general, son trabajos más que aceptables. Sobre todo, teniendo en cuenta los medios y las condiciones. Y la paga: gratis.

Lo que me cuesta es que alguien que no ha participado en el proceso creativo llegue después dando lecciones y sugiriendo cambios que, a priori, ni aportan nada, ni mejoran el resultado. Me cuesta que alguien intente apropiarse y beneficiarse de lo que es mío. Entonces es cuando salta el ego. Aún sin querer te pones a la defensiva y luchas por la integridad de tu obra como si fuera tuya, sin tener en cuenta el motivo por el que fue creada: compartirla. Incluso si es necesario, también la autoría.

Fijénse en mi propia contradicción. En esta web proponemos el compartir. El tomar prestado e incluso modificar para adecuar los materiales a cada realidad... No me duele pensar en que eso puede ocurrir en la distancia. Se me hace cuesta arriba que me hagan participar en ello...

Es entonces cuando comienza la lucha interna con toda su crudeza. Hacer donación completa, pero sin renunciar a defender la esencia cuando ves que no va a ser respetada, que ni siquiera ha sido entendida. Reconocer cuándo tienen razón las aportaciones externas, y cuándo no, sin que en esa argumentación tenga peso la soberbia o la vanidad.

Porque dejarlo caer sobre la mesa, decir que hagan con lo que quieran y marcharse tampoco es la actitud correcta. Ni decirse a sí mismo que nunca más en el futuro. San Francisco no haría eso, pero ambas opciones pasan por tu cabeza a medida que avanza el proceso. Y también las ganas de llorar. ¡Te he vuelto a fallar!

Señor, haz de mí un instrumento de tu comunicación. No estudié para eso, pero sabes que es vocacional y que no se me da nada mal.

Ayúdame a ser capaz de renunciar a las obras de mis manos, y ponerlas en las tuyas plenamente. No es fácil compartir. No es fácil donar. No es fácil asumir que si tengo un don es para ponerlo a tu servicio, y que los frutos son tuyos y no míos.

Déjame distinguir hasta dónde y hasta cuándo. Porque no siempre es tu Voz la que aporta. Ni siempre el otro es fiel a tu obra.

No me dejes desistir de tu obra, ni apropiármela. Porque no sería justo, ni bueno, ni serviría para darte gloria a Ti, y sólo a Ti, altísimo y omnipotente buen Señor.

Y perdóname, san Francisco, por atreverme a inspirarme en tu oración...

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