En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 16 de agosto de 2011

Debo ser un fundamentalista


Llevo años notándolo. Cada vez me estoy volviendo más extremista, más radical: o se es o no se es...

Dice un proverbio chino que “el bien y el mal no van por el mismo camino, de la misma manera que el hielo y el carbón no caben en la misma estufa”. Sin embargo, algo así es lo que hacemos nosotros con nuestras vidas: combinamos buenas obras con otras no tan buenas y algunas decididamente malas. La suerte que tenemos es que la llama de nuestra estufa no proviene del material de nuestras acciones y nunca se apaga.

No se puede ser cristiano a medias. O al menos eso creo y me reafirmo cada vez con mayor fuerza. Por eso digo lo de fundamentalista. Eso no significa que para ser cristiano uno tenga que ser perfecto o un santo. Todos tenemos nuestras debilidades y reconocerlas es un primer paso para superarlas. Porque a lo que un cristiano no puede renunciar es a intentar ser perfecto, a ser un santo.

Claro que no es un camino fácil, ni corto. Lleva toda una vida. Y por suerte, quien al final tendrá que juzgar nuestros intentos lo hará con benevolencia y misericordia infinitas. Pero no vale tumbarse a esperar que Dios haga todo el trabajo, ni convertir nuestra fe en un bote de píldoras que consumimos al gusto según el color.

El cristiano es un hombre creyente. En Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, en la Iglesia, en la vida eterna, ... Eso no significa no preguntarse y tener dudas de vez en cuando: la fe es respuesta a esas dudas.

El cristiano es un hombre nuevo en permanente conversión. Que se levanta cada vez que cae. No es que no peque. Es que busca la reconciliación tras cada pecado y procura no pecar. Un cristiano intenta vivir y construir dejando que Dios viva y construya en él y a través de él.

El cristiano es un hombre libre y consciente de esa libertad. Que escoge una vida y un comportamiento determinado para cada minuto de su existencia. Que convierte la sumisión a la voluntad de Dios en el ejercicio supremo de su propia libertad, por amor.

El cristiano es un hombre fuerte y lleno de esperanza. Que sabe que todo está a su alcance con Dios a su lado. Que sabe que el final de su lucha es la victoria. Que sabe que siempre que busque encontrará, porque, en realidad, es Dios quien sale a nuestro encuentro permanentemente.

El cristiano no es uno, sino muchos que forman unidad. Porque sabe que la fe se vive en comunidad o no es fe. Porque sabe que forma parte de un mismo cuerpo y que a todos nos une una misma sangre ofrecida y derramada. Que reconoce su función y su misión y se entrega a su cumplimiento.

Debe ser que me estoy volviendo un fundamentalista, pero me apetecería decirle a más de uno que ya vale. Que basta ya. Que la calle es tan suya como mía. Que sólo se representan a sí mismos y que son justo lo contrario de lo que predican. Que si quieren abofetear al Papa, que lo hagan primero conmigo. No me defenderé. Mi victoria será cansarles hasta que no puedan golpear más...

Me nace decirles a otros que basta de excusas en discursos gastados sobre cómo dirigir la Iglesia o acercarla al mundo, en explicaciones de errores pasados, presentes o futuros, en miserias humanas u opiniones dispares. La cabeza es Jesucristo y el Papa es su vicario en la tierra. O confiamos en el Espíritu Santo o no lo hacemos. No se trata de humanizar el cristianismo, porque no hay nadie más humano que el mismo Cristo, sino de cristianizar el mundo.

Me reafirmo: en el seguir a Cristo no caben medias tintas, ni medias verdades, ni atajos, ni caminos paralelos. Fundamentalista que se ha vuelto uno, vamos...

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