En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 28 de junio de 2011

Quo vadis domine?


Antes de comenzar, propósito de enmienda. Me he propuesto ser más breve. Al final, veremos si lo he conseguido...

En las afueras de Roma, en una cuneta de la Vía Apia, hay una pequeña capilla que alberga, impresa sobre una piedra, unas huellas de pisadas. Cuenta la tradición que justo en aquel lugar se apareció Jesucristo a San Pedro mientras huía de Roma, pues había sido advertido de su posible prendimiento y muerte.

Cuenta la misma tradición que San Pedro, al ver al Maestro que caminaba en dirección a Roma, le hizo la célebre pregunta: ¿Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?). Y Jesús, sin recriminarle nada, simplemente le dijo que si él (Pedro) se iba de Roma, Él (Dios) tendría que ir en su lugar para volver a ser crucificado.

Pedro, que por fin había aprendido la lección, dio media vuelta y regresó a Roma donde fue martirizado y enterrado...

San Pedro reconoció a Jesús y le preguntó. Recuerden que no era una pregunta nueva. Los apóstoles se la habían dirigido a Jesús en varias ocasiones: ¿dónde vas, Señor?

A diario nos cruzamos con cientos de personas, y también con Dios mismo en nuestras vidas. La mayoría de las veces ni le reconocemos y, por tanto, ni le preguntamos a dónde se dirige. Continuamos nuestras huidas y nuestras renuncias. En lugar de cargar con nuestras cruces, se las cargamos a Dios, dejamos que haga nuestro camino y que vuelva a ser crucificado...

Y lo más grandioso es que Él lo hace. Sin dejar de amarnos. Sin dejar de perdonarnos. Sin dejar de mantener los brazos abiertos para acogernos una y otra vez. ¿No deberíamos ayudarle, en lugar de “pasarle” nuestras cruces y amargos cálices?

Y además tiene truco. Porque cuando aceptamos nuestras cruces nunca caminamos solos. Él va a nuestro lado ayudándonos a cargar con ellas.

El problema no es equivocarse. Todos somos pecadores. El problema es que nos dé igual. O que siendo conscientes de ello, no hagamos nada por rectificar.

Todos podemos caer. La cuestión es levantarse.

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