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martes, 7 de junio de 2011

Desgraciadamente, depende


Hay sacerdotes que llenan los templos, y otros que ahuyentan a la gente. La idea no es mía. La he escuchado en bastantes ocasiones entre personas con responsabilidad dentro de la Iglesia, y también entre seglares más o menos comprometidos. Parece como si la “vida” de una parroquia dependiera del párroco, del cura.

Supongo que algo de eso hay desde el momento que al sacerdote se le entrega el cuidado (“cura”) de las almas de sus feligreses. Desgraciadamente, una asimilación reduccionista de esta visión nos trae al párrafo con que comenzaba esta entrada.

Permítanme centrarme en el adverbio utilizado: “desgraciadamente”.

Miren... Que el sacerdote tenga “cura de almas” no significa que nosotros no la tengamos. Creo que el primer responsable de cuidar de su alma es uno mismo. Despreocuparse de este aspecto, o responsabilizar de cierta dejadez a la actitud o formas de un cura supone —a mi modo de ver— caminar por una línea muy cercana al suicidio. Espiritual, pero suicidio. Quien huye de la Iglesia a causa de un sacerdote se hace daño a si mismo. Y con eso no digo que el presbítero no tenga su parte de responsabilidad...

En segundo lugar, es una desgracia que la labor y la vida de una comunidad parroquial dependa tanto del sacerdote que, cuando éste cambia, se resiente... Demasiadas veces los laicos olvidamos que somos Iglesia. Todos. Que los sacerdotes —como obispos y papas— vienen, guían, acompañan y se van. El pueblo de Dios se queda unos cuantos años más. Porque también nosotros pasaremos, pero la comunidad permanecerá. ¿Se nota mucho el Eclesiastés?

Los seglares debemos aceptar la guía del párroco —como la del obispo, y la del Papa— sin perder esa conciencia de corresponsabilidad en la vida eclesial. Ellos son garantía. La acción es nuestra. Eminentemente nuestra. “Id, amigos, por el mundo” va para ti. Especialmente para ti, para mí, para todos los que nos confesamos cristianos. Eso no puede depender de un sacerdote, salvo “desgraciadamente”.

Y así en todos los aspectos. También el económico. Las necesidades de la Iglesia, en realidad, son pocas. Las necesidades de otros, a los que la Iglesia sirve, ayuda y ampara, son muchas. Por eso, la Iglesia es pobre, incluso cuando pide y recibe. Porque cada moneda, tal como entra, sale. Y lo hace multiplicada en sus frutos. ¿Hace falta que haga mayores comentarios sobre lo que significa supeditar la generosidad al talante del cura?

¿Qué quieren? Que tantas cosas “dependan” del presbítero a mí me parece una desgracia. Pero no por el cura, sino por nuestra debilidad. La de nuestra fe. La de nuestra esperanza. La de nuestra caridad.

Cuentan de San Francisco de Asís que una vez, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este hermano era muy susceptible a los escándalos. "Hermano Francisco —le dijo— ¿qué harías tú si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?" Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo muy despacio: "Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del sacerdote."

Eso sí es fe, esperanza y caridad...

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