En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 21 de junio de 2011

Cargo y encargo


Les dan un cargo y cambian. Y no necesariamente a mejor. Al contrario, la mayoría de las personas reaccionamos mal cuando nos dan una “poltrona”. Entiéndanme: a todos —o a casi todos— nos gusta un dulce. El problema es que tendemos a considerar el cargo como un nombramiento, un triunfo, un premio, un reconocimiento. De forma imperceptible, es fácil comenzar un proceso de endiosamiento que, depende del cargo, su duración y de aquellos que nos rodean, puede llegar a hacernos perder incluso el contacto con la realidad, y con la razón de nuestro estar ahí.

Nuestros amigos seguirán cerca, pero les costará más tener acceso a nosotros. Nuevos “amigos” surgirán, conseguirán acercarse y construirán —con nuestro beneplácito y/o pasividad— una barricada, una maraña de filtros que nos permitan vivir cómodos y ajenos, impolutos. Al final, dejamos de pisar el barro.

Es humano. Vanidad, orgullo, poder, gloria, éxito. No somos inmunes a nada de esto. Todos podemos ser tentados. Nadie está a salvo. Nadie dijo nunca que fuera fácil ser santo. Nadie dijo nunca que fuera fácil colocar nuestro corazón en el tesoro del Cielo.

En realidad, olvidamos que “cargo” forma parte de una palabra mayor: “encargo”. Olvidamos que cuando alguien recibe un cargo, recibe una responsabilidad, una labor a realizar, un trabajo, un servicio que prestar. Deberíamos tener siempre a alguien cercano que nos lo recordase. Deberíamos pedirle a Dios insistentemente no olvidarlo.

Cuestión distinta es la responsabilidad del que distribuye cargos. Y sus razones. Hay quien busca un coro que repita sus palabras y aplauda sus actos. Maquiavelo —por otra parte— decía que era conveniente tener cerca siempre a los amigos, pero más cerca aún a  los enemigos. Como el que recibe el cargo, quien tiene el poder para nombrar puede utilizar esa potestad en su beneficio, y no en el bien común que es su principal responsabilidad.

No sé si han sido estos razonamientos los que han llevado al Alcalde de Paterna a ofrecer —sin necesidad, pues tiene mayoría absoluta— concejalías a los partidos de la oposición. No sé si sólo era maquillaje, intento de desarmarles políticamente o una sincera invitación a trabajar en una causa común. No sé si violaba la voluntad popular mayoritaria. En cualquier caso, era un comportamiento que, por raro, resultaba destacable. Y comentable.

Aunque, haciendo memoria, no es tan extraño...

Conozco a una persona que utilizaba esto de dar cargos de una forma muy especial. Si se encontraba con alguien un poco rebelde e inquieto entre sus “subordinados”, le ofrecía un cargo. Pero no uno cualquiera, sino en un área en la que pudiera desarrollar su potencial. En principio, podían pasar dos cosas. Si no aceptaba, su postura crítica quedaba en entredicho al negarse a participar en cualquier asunción de responsabilidad. Si aceptaba podían pasar, a su vez, dos cosas más. Que el cargo le frenase en sus ansias rebeldes y poco más, con lo que dejaría de ser un incordio; o que cumpliese con el encargo dado, con lo cual eso que ganaba la institución y beneficiaba a todos.

La verdad es que no me atrevo a calificar este comportamiento como maquiavélico, pero el caso es que normalmente funcionaba y, aunque parezca mentira, casi siempre a favor de la última de las opciones mencionadas. Al menos, así lo recuerdo en mi caso...

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