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martes, 22 de noviembre de 2011

Un "empleo" feliz


Según un estudio publicado por la revista “Forbes”, realizado por la Organización Nacional de Investigación de la Universidad de Chicago, el sacerdocio está considerado como el empleo "más feliz" del mundo. Al menos para los norteamericanos.

Por detrás, y en este orden, se sitúan los trabajos de bombero, fisioterapeuta, escritor, profesor de educación especial, maestro en general, artista (escultores y pintores), psicólogo, agente de ventas e ingeniero.

Al parecer, la encuesta la realizaron valorando la apreciación que cada uno tiene del trabajo propio y ajeno. Y no sé por qué, pero me da la sensación que en España los resultados habrían sido diferentes. Conozco muchos maestros y la verdad es que siempre se están quejando. ¡Y también bastantes sacerdotes!

El sacerdocio no es un empleo. Ni aquí, ni en Estados Unidos. Al menos, el sacerdocio católico. Porque es cierto que en Estados Unidos fundar una iglesia puede ser un medio para ganarse la vida, pero aquí, quien lo haga por un sueldo, se equivoca. Y mucho.

Dicho esto para empezar, si se fijan, se darán cuenta que una buena parte de los “trabajos” que menciona el estudio como capaces de hacer felices a quienes los desempeñan entrarían dentro una categoría que podríamos definir como “vocacionales”.

No quiero entrar en los significados del término vocacional, pero parece evidente que cuando alguien realiza una opción personal que nace de su interior (de su buen interior, se entiende), las gotas de felicidad llueven del cielo con más asiduidad que cuando no es así. No es tan simple como aquello de “trabajar en lo que te gusta”. Es más bien “trabajar en aquello a lo que te sientes llamado”, aunque a veces no te guste, y encima hacerlo dichoso y contento. Y libremente, obvio.

Está claro que no siempre es fácil. Que por mucha vocación que tengamos llegan momentos complicados. Todos los tenemos, y un cura no tiene menos. Por eso es extraño el resultado del estudio.

Es cierto que nada debería hacernos sentir más felices que ser un buen sacerdote. ¿Qué puede ser mejor que servir a Dios y a los hermanos?

Pero es que más allá de la maledicencia popular que señala que los curas solo “comen, duermen, confiesan y celebran, y a veces ni eso”, la realidad es otra. La belleza de las rosas no elimina sus espinas.

Por amor, el sacerdote renuncia a su familia. Nunca la tendrá. Ni hijos, ni nietos... La soledad es su futuro. Envejecerá sin nadie al lado. Y cuando no pueda valerse por sí mismo, será llevado y terminará sus días en una residencia con otros sacerdotes.

Ésta es una de las realidades humanas del presbítero. Y con parámetros humanos, no parece una situación abocada a hacernos felices. Sin embargo, la felicidad del sacerdote, hombre de Dios, reside en otra parte, ¿verdad?

¡Pues la de cada uno de nosotros también! ¡En el mismo lugar, para más señas!

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