En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 19 de abril de 2011

Confundir fin y medio


A fuerza de escuchar soflamas y grandes palabras, nuestra sociedad comienza a confundir las cosas. Ya lleva tiempo. Al menos, me da esa impresión.

Lo comento a raíz de los acontecimientos que han convulsionando el norte de Africa hace unos meses y que poco a poco parecen estabilizarse: la comunidad internacional está actuando militarmente en Libia, mientras las protestas se han acallado en países como Jordania, Marruecos o Bahrein, y se reprimen duramente en Siria, sin contestación exterior.

No quiero entrar en justificaciones, ni en ponerme del lado de dictadores con apariencia democrática. No dudo de la existencia de razones más que sobradas para que un pueblo pueda levantarse contra sus tiranos, ni de las buenas intenciones de muchos de los manifestantes, ni de la mala fe de otros, que se entremezclan y aprovechan de aquéllos.

Tampoco dejo de preocuparme por las personas y sus tragedias si albergo dudas sobre la conservación del patrimonio histórico de un país, cuna de civilizaciones. En nada me consuela pensar que yo estuve allí, que pude tocar las piedras con mis manos y tener la máscara de Tut.Ank-Amon a un palmo de mis ojos (con un cristal blindado de por medio). Ninguno de esos tesoros justifica el sufrimiento humano, pero estoy convencido que las mejoras en las condiciones de vida y la conservación del patrimonio son compatibles. Deben serlo.

Lo que me llama la atención —tristemente— es la reacción internacional (la de los medios de comunicación merecería capítulo aparte). No hablo de respuestas militares, sino de los fines y justificaciones: el pueblo tiene derecho a la democracia. Como si la democracia fuese la solución a todos los problemas. Como si la democracia fuese la panacea, el medicamento, la solución, la respuesta...

Olvidamos que Hitler alcanzó el poder democráticamente. Y no ha sido el único. Ni lo será. Olvidamos que la democracia no garantiza el fin de las corruptelas. Tampoco es sinónimo de Justicia, porque ésta dependerá de la calidad de las leyes, los jueces y la buena voluntad de las personas. Ni siquiera la democracia es el gobierno del pueblo: los gobernantes suelen olvidarse de la gran mayoría de sus votantes —los que no hacen ruido, ni tienen medios para hacerlo— durante los largos periodos entre elecciones. En demasiadas ocasiones, la democracia se transforma y justifica la tiranía. De la mayoría, sí; pero tiranía al fin y al cabo. Menosprecio y aislamiento de los perdedores, los vencidos, las minorías, aunque éstas tengan razón. Democracia no es sinónimo de Verdad.

A base de repetirlo, parece como si esta sociedad pensara que con vivir en democracia ya está todo hecho. Que ya está todo bien.

Pues no es así. Hay que recobrar el sentido real de la democracia. Hay que decirlo bien alto: la democracia es sólo un medio, y ni siquiera como medio es perfecta.
El verdadero fin de la democracia es favorecer el diálogo social, tendente a su vez a conseguir el bien individual y común de los ciudadanos —de todos y cada uno— bajo el imperio de unos valores objetivos como la dignidad y respeto de la vida humana, la libertad, el desarrollo personal, la justicia, la verdad, la fraternidad...

Una democracia que no tenga como fines esos valores no es buena. Ni lo mejor. Ni lo menos malo. Así de claro. Es hipócrita, mentirosa y anestésica. Hace que olvidemos nuestra responsabilidad en construir un mundo mejor, no uno simplemente democrático. Sin esos valores, sin esos fines, la democracia no sirve a los ciudadanos, sino que se sirve de ellos.

Es lo que tiene confundir el fin con el medio...

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