En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?
martes, 26 de julio de 2011
¿Cuándo fue la última vez?
No. No es una pregunta maliciosa. En realidad, ni siquiera es una, sino un cúmulo de preguntas: ¿cuándo fue la última vez que se arrodilló ante algo o ante alguien?; ¿cuándo acudió por última vez a un confesionario?; ¿cuánto tiempo ha pasado desde que pidió consejo a un sacerdote ante un problema o una decisión importante?; ¿cuándo leyó —no escuchó— un pasaje de la Biblia por última vez?; ¿cuánto hace que no reza un “Padrenuestro” en solitario y en silencio?
Y ahora, permítame cambiar la pregunta. ¿Cuánto hace desde su última visita al médico? ¿O a la farmacia para comprar medicinas, o alguna pomada? ¿O que un familiar o vecino le recomienda una dieta?
Pues eso. Cuidar la salud es importante, pero no sólo la del cuerpo, sino también la del alma.
Cuando nos arrodillamos ante Dios —al único al que debemos adorar y que merece ese signo de sumisión y respeto— no le hacemos ningún favor a Él, que ya lo tiene todo y nada necesita. En realidad, nos lo hacemos a nosotros mismos. Arrodillarnos nos recuerda que Dios es el fundamento de nuestra vida, que sólo Él basta. Que nada hay más importante, ni merece mayor dedicación por nuestra parte.
Cuando acudimos al sacramento de la reconciliación somos como el hijo pródigo que regresa a casa. Todos nuestros pecados quedan, más que perdonados, borrados. Dios no guarda antecedentes penales ni histórico de culpas de nadie. Tan sólo un “ve y no peques más”, que nos da fuerzas y gracia para renacer, para cambiar, para aprovechar una nueva oportunidad. Tampoco lleva cuenta de cuántas.
Cuando buscamos dirección espiritual en un sacerdote de Dios encontramos discernimiento. Nadie como un hombre de Dios para ayudarnos a distinguir su voz de la del resto. No para que un hombre maneje nuestra vida, sino para permitir que la pongamos libremente en manos de Dios. No es que la voz de Dios no sea clara en cada momento. A veces nuestros oídos escuchan demasiadas cosas para entenderle, o están taponados.
Cuando nos acercamos y leemos la Biblia estamos con Dios. Porque Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, y la Biblia recoge esa Palabra revelada. Contentarse con escuchar no es suficiente. Hay que leer. Y más aún: aprender a leer. La Biblia no puede ni merece leerse como una novela, un cuento o una fábula. Cada palabra está medida y colocada con un propósito.
Por último, cuando rezamos el “Padrenuestro”, aún en soledad, entramos en comunión con Dios y con el resto de personas en este mundo que rezan la misma oración. Rezar la oración que Cristo nos enseñó nos hace, sobre todo, compartir a Dios con los demás. Evita la tentación de patrimonializar a nuestro Creador. El “Padrenuestro”, como la comunión, son momentos donde se hace realidad aquello de “que todos sean uno”.
Supongo que mientras leía estas líneas a usted mismo se le han ocurrido otras muchas preguntas y respuestas de este estilo. ¡Compártalas con todos, si quiere! Si me pregunta a mí, yo sí quiero escucharle. Yo sí quiero rezar con usted el “Padrenuestro”.
Pero, sobre todo, si echa en falta algunas de estas cosas, si sus respuestas hablan de que es demasiado el tiempo pasado, acuda a un médico para su alma. Y no hay mejor médico que el mismo Jesucristo. Él le espera en el Sagrario y en la Comunión. También en el confesionario y en el sacerdote. Y, por supuesto, en la Biblia y en la oración.
PD - Por si echa en falta algo sobre el ejercicio de la caridad, sinceramente creo que si cuida correctamente de su alma aquélla saldrá sola y con total naturalidad sin necesidad de tener que practicarla de forma voluntaria y consciente.
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