Poco más de las siete y media de la mañana. Desde la ventana de la habitación de hospital, donde he pasado la noche junto a mi padre, observo cómo un grupo de personas comienza en una esquina la formación de una cola. Gentes que incluso bajan de automóviles, que se desvían de la ruta más corta. Padres que dejan a sus hijos en la acera contraria para que puedan recoger lo que se regala: un periódico gratuito.
Ya vi la escena ayer. Y supongo que la veré mañana, y que se seguirá produciendo incluso cuando yo ya no esté asomado a esta ventana... Nadie desprecia lo que es gratis. Incluso madruga y altera su comportamiento.
Y sin embargo, la salvación que Dios nos ofrece no parece contar con esas colas. Pese a ser gratis. Pese a ser para siempre. Pese a ser infinitamente más valiosa.
En estos tiempos que corren es a Dios y a su Iglesia a quien le toca salir a buscar al hombre, hacer cola para hacerse un hueco entre todos sus intereses que apenas dejan espacio para el que todo lo puede. Es curioso, pero Él nos dio libertad para que así fuera.
Pasan nos minutos de las ocho -hoy van con retraso, anoche hubo fútbol- y llega la furgoneta con los diarios, la repartidora se acerca a recoger la carga, mientras unas cuarenta personas esperan pacientemente en la cola a cierta distancia. Observan desde la distancia, supongo que no sin cierta impaciencia.
La repartidora coge un primer montón y comienza a distribuir su mercancía. Supongo que lo hacen así para evitar que nadie coja más de un ejemplar. En apenas unos minutos la cola desaparece. Las personas que cruzan por los semáforos cercanos se desvían unos metros para retirar su ejemplar. También los hay -pocos- que no lo hacen y pasan de largo. En menos de una hora la chica recogerá y habrá terminado... hasta la mañana siguiente.
Es ahora cuando se me ocurre que podía haber hecho una foto de la cola. Tendrán que fiarse de lo que les he contado. La foto, tardía, no hace justicia a la expectación. Comienzan las rondas. Dentro de poco el desayuno y después, a seguir leyendo "Las sandalias del pescador", mientras mi padre sigue ese estado de micro-sueño y el papa Cirilo I -el de la novela- pide a la Iglesia hombres con pies ligeros y espíritus ardientes...
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