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martes, 24 de abril de 2012

Liturgia para todos


Mi vecino de columna —IO— escribía el viernes pasado que esta sociedad no sabe muy bien qué hacer con los niños, transformados en molestia para la comodidad de nuestras vidas, nuestros planes, metas o deseos...

Y les escribía yo previamente, el pasado martes, aprovechando las declaraciones del cardenal Ravasi al respecto, sobre la importancia y cuidado de las homilías y su capacidad para “conectar” con las personas.

La pregunta me vino a la mente de forma inmediata: ¿acaso en la Iglesia no hacemos algo parecido a lo que ahora se proponen algunas compañías aéreas?

Durante mucho tiempo, en los templos de nueva construcción se habilitaron zonas —normalmente acristaladas, cerradas e insonorizadas— para que niños pequeños y familias con bebés pudieran estar presentes —lo siento, pero me reservo el utilizar el verbo “participar”— en las distintas celebraciones litúrgicas. La verdad es que no parece muy diferente a separar el pasaje de un avión en zonas “estancas” de la aeronave.

Mejor solución podría ser la adoptada en muchas parroquias: las “misas de niños”, a las que se invita también a sus familias. Pero esto no deja de ser otra separación en el seno de la comunidad parroquial que empobrece su contacto inter-generacional. Quizá por eso —seguro que se han fijado— las “misas de niños” son frecuentadas por personas mayores a las que les gusta la alegría de sus cantos y la frescura de sus expresiones.

No negaré la razón a quienes afirmen la capacidad de distracción que generan los niños en cualquier lugar. Y la celebración de la Eucaristía no es una excepción. Tantos ritos, signos y símbolos. Tanto tiempo sentados, quietos y en silencio. Es una tortura para el niño, para los padres que no pueden controlarle, para los vecinos de banco que no pueden concentrarse, e incluso para el sacerdote que se ve interrumpido constantemente. Pero, ¿de verdad que encerrar a los niños en una “jaula”, o crearles celebraciones “especiales” es la solución? ¿No puede haber también una parte del problema en unas formas litúrgicas quizá no siempre suficientemente explicadas, conocidas y asumidas?

“Dejad que los niños se acerquen a mí”. La liturgia no debería ser causa de alejamiento, ¿no creen? Y es que no se equivoquen en una cosa: si los niños —obviamente no hablo de bebés— desconectan durante una celebración es porque ni se les ha motivado, ni entienden, ni experimentan. ¡Y no son los únicos! Tengo la impresión que a muchos adultos les pasa algo parecido: para demasiadas personas la Misa es una sucesión de interpelaciones y respuestas, gestos y recitados, de los que no se alcanza a comprender su verdadero sentido y realidad particular y global dentro del contexto.

No soy liturgista. Entiendo que es muy difícil —aunque esto siempre se me ha dado mejor— tratar con niños, mantener su atención y llegarles al corazón. Y al mismo tiempo, parece imposible llegar a los adultos, de edades variadas y formación variopinta. Pero creo que es un esfuerzo que vale la pena y que debe realizarse.

Se puede hacer porque lo he visto. Conozco sacerdotes capaces de hacerlo. Sacerdotes que, sin necesidad de una “misa de niños” llegan a ellos y a sus padres.

¡Qué bonita es la familia en la Iglesia! ¿Por qué separarla? Estoy de acuerdo en que no todos tenemos los mismos talentos y facilidades, pero hay cosas que se pueden educar y recursos que se pueden aprender. Quizá, incluso, se podría simplificar la liturgia sin restar nada a su sacramentalidad. Y sobre todo, se podrían realizar mayores esfuerzos para dinamizar y revitalizar su comprensión y vivencia.

¡Créanme! Cuando lo ves hacer te das cuenta que vale la pena...

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