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martes, 17 de abril de 2012

Diez minutos


Ante todo, discúlpenme por si algún sacerdote piensa que pretendo darle lecciones. Ni es mi intención, ni me siento capacitado para hacerlo, ni pongo en duda su propia preparación y formación...

Dice el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, el cardenal Gianfranco Ravasi, que la duración “base” de una buena homilía debe situarse en torno a los diez minutos, aunque es cierto que “todo depende de cómo uno sepa comunicar, porque el tiempo es relativo”.

Mi puntual experiencia docente me ha enseñado que, en realidad son muchos los factores que pueden influir en la capacidad de atención de un grupo de personas: condiciones ambientales, subjetivas referentes al público destinatario, sobre todo sus motivaciones, e incluso hasta el tono de voz y el tema. Resulta un hecho comúnmente admitido que más allá de los veinte minutos nuestro cerebro comienza a desconectar y “entretenerse” en otras cosas.

Para muchos creyentes, la homilía es una de las formas más comunes —cuando no la única— de acercarse desde la razón a la Palabra de Dios. La homilía es una oportunidad para situar las Sagradas Escrituras en su contexto, haciéndolas accesibles y entendibles. En muchos casos son el único espacio de catequesis para algunos adultos... Tomar conciencia de ello es importante, pero también un peligro: quizá el sacerdote quiera abarcar demasiado en ese tiempo. Un exceso de temas, de explicaciones o de profundidad no son buenas ideas. El púlpito no es un libro.

Por eso, otra de las características que deben cuidar las homilías —según la autoridad vaticana— es llegar de manera sencilla y persistente al interlocutor, "deben ser por un lado mordaces y por el otro tener un lenguaje tranquilo". En ellas, los sacerdotes "deben hacer como hacía Jesús, que partía desde los pies, es decir de las semillas, de los peces, de las monedas perdidas, de las cuestiones familiares, de los problemas concretos".

En este sentido, señala el cardenal Ravasi, los sacerdotes deben "prepararse seriamente y cultamente los contenidos, y los modos de expresión”, sus  razonamientos, simbolismo y narraciones, tal y “como hacía Jesús que usaba parábolas".

Y es que preparar buenas homilías no es tarea fácil. Requiere su estudio y su tiempo. No deberíamos contentarnos —ni sacerdotes, ni seglares— con la repetición de cuatro axiomas morales una y otra vez. Ni con interesantes explicaciones históricas.

Como dice el Cardenal Ravasi, la homilía "de por sí, por su naturaleza, está destinada a aquellos que son ya creyentes, y por ese motivo debería conducir hacia adelante la fe".

Para eso, no hacen falta sólo buenas homilías, sino también buena actitud para recibirlas.

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