Para el cristiano existe un único Camino, pero muchos calzados. Cada persona tiene sus preferencias. Y cada etapa del camino, quizá, también condiciona la elección de zapatos...
El pasado sábado —y hasta casi el amanecer del domingo— celebramos en Valencia, por segundo año, un evento muy especial. Distinto. Muy nuestro. De una generación. Viejo y permanentemente nuevo. Noche y Arte en Oración (NAO).
Lo decía al principio. Cada cual tiene su estilo, pero para todo un grupo de personas que, con mayor o menor generosidad, transitamos la cuarentena, dejarse arropar por la noche y construir oración comunitaria desde el compartir manifestaciones artísticas de todo tipo, es lo nuestro. Lo más natural. Lo que nos sale de dentro.
El Sr. Arzobispo, D. Carlos Osoro, que estuvo con nosotros durante un rato antes de comenzar y durante la primera parte del concierto previo a la vigilia, atinó con la esencia de la NAO sin apenas conocerla. Quizá porque en realidad todos buscamos lo mismo; quizá porque el camino es el mismo; quizá porque, en el fondo, sólo cambian los zapatos y el vestuario.
Debió gustarle lo que vio, escuchó y sintió —a D. Carlos, digo— ya que nos ha pedido que el año que viene le avisemos con mayor antelación, porque quiere volver a estar con nosotros, pero más tiempo. La verdad es que, más que una invitación, lo de este año fue un “atraco”. Por eso, una vez más, gracias.
Como gracias también a todos los que participaron. Y a los que no pudiendo, nos acompañaron desde la distancia pero con un mismo corazón. Gracias a los que echaron más horas. Gracias al que sólo vino a ver y escuchar. Desde la más humilde participación hasta el derroche artístico de otros, gracias a todos. Pero sobre todo, gracias a Dios.
Personalmente, nunca lo he ocultado. Ponme en silencio delante del Santísimo durante una hora y mi cuerpo—y hasta mi espíritu— flaqueará como el de Pedro, Juan y Santiago. Ponme en esa misma situación con una guitarra entre mis manos, y antes romperá el alba que habré dejado de adorarlo. Y si es en compañía... Si es en compañía, Señor, mejor plantamos tres tiendas como quisieron hacer tus amigos en el monte Tabor.
No será el de diario, ni para todas horas, pero para muchos nuestro calzado preferido en esos momentos de intimidad con Dios —es decir, contigo— es el arte. No un arte que nos vaya a dar fama, poder, o dinero. Quizá sea un arte modesto, sencillo, humilde, oculto, gratuito, pero no exento de talento, ni de cariño, ni de ofrecimiento verdadero. Arte pleno de ese amor que te lleva a responder “sí” antes de preguntar dónde o cuándo.
Este tipo de calzado no es que sea ni mejor ni peor que otros. Cada persona debe encontrar el suyo: el que mejor se acomoda a sus pies y forma de andar. Y escoger en cada momento el adecuado. A fin de cuentas, lo importante es el Camino. Y no uno cualquiera. El único Camino. Aquél que dijo “yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”...
Con el atrevimiento —o temeridad, elijan— que me caracteriza, creo que Él estuvo entre nosotros el sábado. Siempre lo está. Pero esa noche, si cabe, un poco más. Estoy seguro de ello. Hacía mucho que no veía esas sonrisas y esa paz desbordada que brota desde lo más profundo del alma. Y aunque sean imaginaciones mías, creo que incluso le pillé un par de veces —de reojo, no sea que me pillara— sonriendo. Al de arriba, literalmente, digo. Ya saben a quién me refiero. Ése que siempre anda con los brazos abiertos...
Una vez más, gracias. ¡Y que nadie espere un año para volver a sentir esto! Hasta que llegue de nuevo ese momento, es hora de volver a cambiar de calzado...
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