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martes, 6 de diciembre de 2011
Islas navideñas
No me refiero a accidentes geográficos. Como en otras ocasiones, me permito tomarle prestado el concepto a Benedicto XVI. Atrevido que es uno...
El pasado 2 de diciembre el Santo Padre recibió a un grupo de fieles llegados de la región alemana de Bavaria —su tierra natal— con quienes compartió reflexiones sobre el Adviento. El Papa explicó que, en nuestro tiempo, las auténticas tradiciones de Navidad se convierten en "islas de fe" para el alma en medio de momentos llenos de actividad desenfrenada y excesivo consumismo.
No me cansaré de decirlo: ¡qué gran sucesor de Pedro tenemos!
Porque tiene toda la razón. Y cada vez más. Si hasta los comercios que hacían referencia a la Navidad ya ni pronuncian la palabra en público y se dedican a felicitar las fiestas y colgar adornos asépticos y aconfesionales, no sea que alguien pueda molestarse. Recuerdo que hace años se decía que uno sabía que llegaba la Navidad gracias a las fachadas y anuncios de una gran superficie con logo triangular de fondo verde, que contrastaba con el silenciamiento público de tal palabra perpetrado por el resto de la sociedad. Dentro de poco, ni eso. La omisión del vocablo va calando.
Recordaba el Papa con acierto el tiempo de Adviento en Baviera, obviamente diferente al nuestro. Allí, estas cuatro semanas de preparación son llamadas "tiempo silencioso", porque la naturaleza hace una pausa; la tierra está cubierta de nieve, no se puede trabajar el campo, y todos están necesariamente en sus casas. En ese ambiente natural —decía el Papa— el silencio del hogar se hace, por la fe, espera del Señor, alegría de su presencia. Y así surgen las melodías, las tradiciones que buscan hacer "al cielo presente en la tierra". Sin embargo, hoy es todo lo contrario. El Adviento se ha transformado en “tiempo de desenfrenada actividad, donde se compra, se vende, se hacen preparativos de Navidad, de las grandes comidas, etcétera”.
En ese contexto es donde Benedicto XVI habla de islas, porque “las tradiciones populares de la fe no han desaparecido, es más, han sido renovadas, profundizadas, actualizadas. Y así crean islas para el alma, islas del silencio, islas de la fe, islas para el Señor, en nuestro tiempo".
No renunciemos a esas tradiciones. Las auténticas, las nuestras. Aún estamos a tiempo. Sólo hay que proponérselo y dejar atrás la vergüenza y el miedo. No felicitemos las fiestas, sino la Navidad. No renunciemos a cantar villancicos en el hogar, en las reuniones con amigos y familiares, en los templos, en el trabajo, e incluso en las calles. Ni a los belenes. Ni a los Reyes Magos. Y no es que tenga nada especial contra el gordo ése de rojo que se hace llamar Papá Noel que, en realidad, tiene su origen en San Nicolás —del que hoy celebramos su festividad entre el silencio de todos sus fans, por cierto— pero lo nuestro es la monarquía ¿Qué quieren? No es lo mismo hacer regalos —que se agradecen, claro— que adorar al Niño Dios.
Encendamos velas y hagamos sonar campanas, zambombas y matracas. Y si es por miedo al fuego, ayer mismo compré en una gran superficie tres vasijas con iluminación LED a pilas que dan el pego por menos de 10 euros el pack.
Oremos en familia. Ya sé que no es fácil, pero al menos hagámoslo en este tiempo. Y no olvidemos la bendición de la mesa en Nochebuena o Navidad. Ni las celebraciones litúrgicas. ¿Cómo se puede no ir a Misa en Nochebuena y Navidad?
Y sobre todo, alegrémonos.
Adviento es tiempo de preparación y, como tal, de conversión. En realidad, nuestra vida entera es tiempo de conversión. Pero estamos demasiado acostumbrados a pensar en ella sólo desde un punto de vista penitencial, de superación del pecado, del alejamiento de Dios. Y obviamente, la conversión implica eso. Pero también hay otra perspectiva: la de la alegría.
Este es tiempo de alegría por un Dios que viene a nuestro encuentro, que viene a nuestra casa, a nuestra alma. Habrá que barrerla y adecentarla para nuestro invitado, porque aunque uno tenga cuidado y no quiera, siempre se ensucia con el uso diario. Pero creo que es importante no perder la perspectiva.
Como dicen los luminosos de calles y centros comerciales, estamos de fiesta. Y nuestra fiesta tiene nombre —Navidad— y sentido: Enmanuel (Dios-con-nosotros). Si ellos lo obvian, que no lo hagamos nosotros.
Seamos “islas navideñas” en nuestro entorno.
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