En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 13 de diciembre de 2011

Síndrome del minuto


Quizá exagero, pero creo que nos hemos vuelto esclavos de la cultura del minuto.

Basta con un minuto para hacer feliz a alguien con una sonrisa. En un simple minuto se puede salvar una vida. En sólo un minuto se puede amar y odiar, buscar y encontrar, dar y recibir, perdonar y ser perdonado, esperar, creer, vencer y ser derrotado, ganarlo todo y perderlo todo, ser o no ser. Por todo ello, alguien dijo una vez “¡carpe diem!”, vive cada minuto como si fuera el último, exprime el momento...

No voy a poner en duda que cada minuto es importante. Ni lo bien que suena. Ni que a todos —o casi todos— nos gusta “El club de los poetas muertos”. Ni el atractivo romanticismo de vivir la vida a tope y sin reservas. No voy a ponerlo en duda, porque es cierto.

Además, llevan años —si no siglos— bombardeándonos con esa idea: el pasado ya no existe, el futuro es incierto, vive el presente. Sólo existe el instante...

El problema —me parece— está en la velocidad de ese minuto. La cuestión es que el minuto no nos deja ver la hora, el día, la semana, el año, lo eterno...

No dejes que los árboles te impidan ver el bosque. No quieras vivir un minuto más rápido de lo que es. Eso no es intensidad, sino ansiedad. Eso no es exprimir, sino oprimir. Eso no es libertad, sino tiranía.

En realidad, si te fijas bien, en un minuto no se hace feliz a nadie, si los minutos que van después no acompañan. Ni se salva una vida, si no se persevera. Ni se encuentra, ni se ama. Tu tiempo es eterno, porque tu alma lo es. Cada minuto cuenta, sí. Pero no aisladamente, sino en su conjunto. Tu vida no son una suma de minutos, sino lo que haces a lo largo de todos ellos.

Esta sociedad nos ha acostumbrado a la tiranía del minuto: comida rápida, placer rápido, felicidad rápida, compromiso rápido, ... Pero en la mayoría de los casos, nada de eso es duradero. Así que, al final, esos valiosos minutos que intentamos exprimir al máximo se quedan en nada, en flores de un día.

A Dios no le basta un minuto. Amarle es tarea de cada uno de tus minutos. Pero sin ansiedades. Si fallas una vez, tras cada minuto viene otro para poder enmendarlo. Y su amor para perdonar es infinito y eterno.

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