En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?
martes, 8 de noviembre de 2011
Diario de un catequista (V)
Cuando ruge la marabunta
Ese día aciago en que todo estaba preparado. Con mimo y esmero. Nunca habías llevado un tema tan trabajado, tan currado. Pero no hubo conexión. No hubo empatía. A los 15 minutos ya te habías dado cuenta de que aquello no iba a funcionar.
No te quepa la menor duda, ocurre. Y más de una vez. De esa reunión sales como puedes. Y no hay una regla universal. A veces hay que aferrarse al guión. Y otras, lanzarlo al aire y cambiarlo todo. Los seres humanos somos así de impredecibles.
En esos momentos regresas a casa llorando, o casi. Con el alma a jirones. El que lo ha probado lo sabe: no hay peor dolor que el del alma. Dolor por haberles fallado (a los chicos), por haberle fallado (a Dios).
Te apetece dejarlo todo en manos quizá más capaces. Huir. Olvidar.
Pero hay una lección importante a aprender en todo esto: no estás solo, salvo que quieras estarlo. Si has confiado en tus capacidades, y sólo en ellas, estas cosas pasarán y no encontrarás explicación ni respuesta. Si te pones cada reunión en manos de Dios, estas cosas también podrán pasar, pero seguro que encontrarás una respuesta. O al menos, una esperanza.
No hay manos más capaces que las de Dios.
A veces nos olvidamos de lo fundamental: “dejad que los niños se acerquen a mí”. Niños, jóvenes, creo que sirve con cualquiera. Evangelizar es cosa suya —de Dios— y de cada persona que busca —aunque no lo sepa— ser evangelizada. Nosotros, que nos ponemos en medio, debemos procurar no estorbar, no impedir que el Espíritu Santo actúe. Al final, ésa es nuestra principal misión: allanarle el camino, no ponerle trabas ni obstáculos. En realidad, no es que podamos impedir la acción del Espíritu Santo, aunque sí retrasarla...
No importa cuántas veces caigas, sino que te levantes tras cada caída. Si esta semana no salió bien, bonito, como estaba planeado, la semana que viene hay que ponerle más empeño, más ganas y, sobretodo, más confianza —y mucha oración— en Dios.
Si dejamos que sea Él quien siembre, tarde o temprano, hasta el desierto florecerá...
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