En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?
martes, 13 de septiembre de 2011
Diario de un catequista (I)
¿Catequista? ¿De Confirmación? ¿Yo?
Se graba a fuego. Imborrable. Aquel inolvidable —y terrible— momento en el que tu disponibilidad se convierte en propuesta y encargo. ¿Y ahora yo que hago? Si es que soy un “bocas”. ¿Pero Tú me has visto bien? ¿Crees que valgo para esto? Dos años después, en la recta final, todavía sigo haciéndome esas preguntas. En realidad me las he estado haciendo viernes sí, viernes no, y también el del medio.
Todo se mezcla: el orgullo de ser llamado y la responsabilidad de la llamada. ¿Lo haré bien? Si yo mismo pienso a veces que necesito todavía ser catequizado, que me falta todavía tanto camino por andar, tanto por entender, tanto que confesar...
Es entonces cuando te das cuenta que no está en tus manos. Que la única posibilidad es la confianza, la esperanza en que Dios no te va a dejar que lo estropees. No sólo por ti, sino sobretodo por los chavales que pone a tu cuidado.
En ese momento cuando comprendes que tu misión es intentar dejar a Dios actuar a través tuyo. Y es entonces cuando las mayores dudas te asaltan.
No porque no tenga fe en Dios (que la tengo, aunque sea manifiestamente mejorable). No porque no tenga fe en mí mismo (porque la tengo para otras cosas, pero creo que en esto, si todo depende de mí, no será un éxito).
La gran duda es si seré capaz de ser transparente. Si seré capaz de dejar que Cristo tome mis brazos y abrace con ellos. Si permitiré al Espíritu Santo hablar por mi boca sin añadir ni quitar ni una coma. Si mis ojos les permitirán descubrir a los chavales, aunque sea mínimo, un fugaz brillo de la luz de Dios.
Es entonces cuando me siento elegido, aún a pesar de toda mi debilidad e imperfección. Es ahí cuando resuenan con timbres nuevos las palabras de Pedro: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”. Y es que me conoces de sobra. Sabes de qué soy capaz.
Ésa es mi fuerza. Si Tú lo pides es porque puedo hacerlo. Contigo, puedo.
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