En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 30 de agosto de 2011

Hasta las piedras


Dos mensajes bien distintos y una tentación.

Por un lado, el mensaje de aquéllos que quieren callar la voz de la Iglesia. O disimularla. O disminuirla. El de aquéllos que piensan que la fe debe llevarse en silencio, en lo oculto, en lo privado, para que nadie se moleste, para que no moleste. El de aquéllos que proclaman el laicismo combativo como un bien que debe sacar a Dios y a la religión de la vida pública, reduciéndole su espacio vital al perímetro craneal de  la persona. El de aquéllos —éstos mismos— que, en nombre de la libertad y la tolerancia, pretenden imponer esta visión —su visión— al resto...

En el otro lado, el mensaje que tan bien ha recordado y resumido el Papa durante esta Jornada Mundial de la Juventud, refrendado por la presencia masiva de jóvenes: "no os guardéis a Cristo para vosotros mismos". Y no sólo eso: implicaros "en las parroquias, comunidades y movimientos", porque "el mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios”...

Entre ambos mensajes habita la tentación de ser discretos para no herir sensibilidades, ni sentimientos; de vivir nuestra fe en silencio, en lo privado, intentando construir un mundo mejor, pero sin citar el por qué —nuestro por qué– ni el Arquitecto; de disociarnos en varias personas según el contexto; de terminar construyendo una fe a nuestra medida, una religiosidad a nuestro antojo, un dios moldeable a nuestra imagen y semejanza...

El Papa fue claro en su mensaje a los jóvenes: quien busca a Dios por su cuenta y en la soledad de su mente y su corazón, "corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él".

Más claro fue el mismo Jesucristo cuando, durante su entrada en Jerusalén y ante el griterío de los que le seguían, le recomendaron que mandase callar a sus discípulos: “respondiendo Él, dijo: Os digo que si éstos callan, las piedras hablarán” (Lc 19, 40).

Recuerdo que en Roma, muchas personas de distinta edad y condición, todavía tienen una bella costumbre: cuando pasan frente a una iglesia —lo cual en el casco antiguo es bastante fácil— se detienen y giran levemente la cabeza hacia ella mientras se santiguan.  Lo hacen mientras caminan, o viajan en autobús, y a cualquier hora del día. Ni llegan prácticamente a detenerse, pero no ocultan el gesto. ¿Se merece menos el Señor?

Los cristianos hemos recibido un don que no es para nuestro uso privativo y oculto. No es nuestro tesoro. La luz de la que debemos ser reflejo debe brillar e iluminar, y no esconderse tras cortinas y muros. No sólo no debemos avergonzarnos de nuestra fe, ni esconderla o disimularla, sino que debemos hacerla presente y bien visible con nuestras obras y nuestras palabras en todo momento y lugar. Obras y palabras al tiempo, porque el mundo necesita de ambas. Sin miedo. Pese a represalias e insultos. Pese a incomprensiones y dificultades. Pese a tentaciones y tibiezas.

Si callamos el nombre de Dios, hasta las piedras hablarán para aclamarlo... Sinceramente, creo que sería mejor que no tuvieran que hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario