En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?

martes, 24 de abril de 2012

Liturgia para todos


Mi vecino de columna —IO— escribía el viernes pasado que esta sociedad no sabe muy bien qué hacer con los niños, transformados en molestia para la comodidad de nuestras vidas, nuestros planes, metas o deseos...

Y les escribía yo previamente, el pasado martes, aprovechando las declaraciones del cardenal Ravasi al respecto, sobre la importancia y cuidado de las homilías y su capacidad para “conectar” con las personas.

La pregunta me vino a la mente de forma inmediata: ¿acaso en la Iglesia no hacemos algo parecido a lo que ahora se proponen algunas compañías aéreas?

Durante mucho tiempo, en los templos de nueva construcción se habilitaron zonas —normalmente acristaladas, cerradas e insonorizadas— para que niños pequeños y familias con bebés pudieran estar presentes —lo siento, pero me reservo el utilizar el verbo “participar”— en las distintas celebraciones litúrgicas. La verdad es que no parece muy diferente a separar el pasaje de un avión en zonas “estancas” de la aeronave.

Mejor solución podría ser la adoptada en muchas parroquias: las “misas de niños”, a las que se invita también a sus familias. Pero esto no deja de ser otra separación en el seno de la comunidad parroquial que empobrece su contacto inter-generacional. Quizá por eso —seguro que se han fijado— las “misas de niños” son frecuentadas por personas mayores a las que les gusta la alegría de sus cantos y la frescura de sus expresiones.

martes, 17 de abril de 2012

Diez minutos


Ante todo, discúlpenme por si algún sacerdote piensa que pretendo darle lecciones. Ni es mi intención, ni me siento capacitado para hacerlo, ni pongo en duda su propia preparación y formación...

Dice el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, el cardenal Gianfranco Ravasi, que la duración “base” de una buena homilía debe situarse en torno a los diez minutos, aunque es cierto que “todo depende de cómo uno sepa comunicar, porque el tiempo es relativo”.

Mi puntual experiencia docente me ha enseñado que, en realidad son muchos los factores que pueden influir en la capacidad de atención de un grupo de personas: condiciones ambientales, subjetivas referentes al público destinatario, sobre todo sus motivaciones, e incluso hasta el tono de voz y el tema. Resulta un hecho comúnmente admitido que más allá de los veinte minutos nuestro cerebro comienza a desconectar y “entretenerse” en otras cosas.

martes, 10 de abril de 2012

No es por menospreciar


No. No vayan a creer. Estoy convencido que cada tiempo tiene su “aquél” y que cada generación sus formas de vivir con intensidad la fe. No me cabe duda. Pero será por la cercanía de los 50 —aunque aún me faltan mas de dos años—, la casualidad, o una tertulia de domingo con viejos amigos, con una guitarra entre las manos y recordando viejas canciones... y lo que va pegado a cada una de esas melodías.

El caso es que ayer por la tarde me puse a rebuscar por Internet sin demasiadas expectativas. Un tiro al aire, y lo que encontré fue una auténtica ráfaga. Tenían que habernos visto a mi mujer y a mí, con los cascos puestos, devorando momentos de nuestra historia, cantando como posesos y echando de menos todo aquello. No por volver a vivirlo, sino porque nuestra hija no ha tenido oportunidad de hacerlo. De ahí el título, y las primeras líneas de este artículo.

Soy de la generación que vivió su “veintena” en la segunda mitad de los 80 y principios de los 90. Y no sé si es porque Dios los cría y ellos se juntan, pero las guitarras casi que nos acompañaban a todas partes. La música llenaba buena parte de nuestras vidas. Algunos hicimos nuestros pinitos: espectáculos musicales, festivales, verbenas, actuaciones, composiciones y hasta grabaciones de nefasta calidad...

Creo que fuimos muy afortunados, que no hemos dado suficientes gracias a Dios y a los que nos rodeaban por aquellos años llenos de creatividad, de ilusión, de intensidad... Nunca he sido de gran espiritualidad contemplativa, pero en aquella época nos podíamos quedar una noche entera tirados en el suelo en una capilla improvisada con nuestras guitarras y canciones. O en torno a un fuego aclarando nuestras voces con mistela.