En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?
martes, 14 de junio de 2011
Querer quererle
Aunque no sea literal, visualicen la escena...
Pedro —todavía no santo— y Jesús que le pregunta si le ama más que éstos (en referencia a los discípulos y a todos nosotros). Pedro le responde, pero no exactamente a la pregunta:
—Señor, sabes que te quiero.
Entonces Jesús le vuelve a preguntar —con una pequeña variación sobre la anterior— si le amaba, sin exigirle ser el que más le ama. Pero Pedro tampoco responde con exactitud y repite la frase:
—Señor, sabes que te quiero.
Jesús le vuelve a interrogar, y con un nuevo cambio en su pregunta, sustituyendo el verbo “amar” por el verbo “querer”, que era precisamente el que venía utilizando el discípulo. Y Pedro, ya angustiado, al límite, busca la seguridad de su respuesta en el mismo Jesús, como si comenzase a dudar de sí mismo:
—Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
A lo mejor cometo un atentado teológico si digo que, si hubiese sido necesario, Jesús habría formulado una cuarta pregunta. Algo así como “Pedro, ¿quieres quererme?”.
Fin de la escena. Ahora, colóquense en el lugar de Pedro.
Al contrario que el discípulo, los cristianos tratamos muchas veces a Dios como si fuera tonto. Como si se le pudiera engañar. Como si se pudiera negociar con su amor y el nuestro.
Pedro también era así con anterioridad a este episodio. No iba a dejarse lavar los pies y estaba dispuesto a seguir al Maestro a dónde fuese. Aprendió a fuerza de golpes.
En realidad, y aunque lo parezca, Jesús no rebajó su grado de exigencia en la conversación con Pedro. No negoció con él, ni regateó. Y tampoco lo hizo el discípulo. Al contrario, Pedro confió su propia capacidad de amar en el mismo Jesús al decirle “sabes que te quiero”.
Pero nosotros, no. Nosotros utilizamos en demasiadas ocasiones la oración como un mando a distancia para obtener nuestros fines. Demasiadas veces hacemos promesas a Dios sin clara voluntad de cumplirlas, olvidando que Dios es más listo y sabe perfectamente cuándo somos sinceros.
Puede que a Dios le baste como un buen comienzo nuestra voluntad sincera de querer quererle sobre todas las cosas. Eso, y pedirle que nos de fuerzas para quererle.
Quizá no seamos capaces de un amor tan grande. Quizá ni siquiera seamos capaces de quererle de forma constante y continuada. Pero lo mínimo es la voluntad de quererle, y que esa voluntad se asiente en el mismo Jesucristo, porque si sólo depende de nosotros...
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