En vivo y en directo. Autocrítica sin tapujos, llamando a las cosas por su nombre. Basta de excusarse en el mundo, la vida o la sociedad. ¿Acaso no formamos parte del mundo? ¿No somos dueños de nuestra vida? ¿No somos los que sostenemos esta sociedad?
martes, 31 de mayo de 2011
A tiempo completo
El Papa lo recordaba explícitamente hace unos meses. El sacerdocio es una vocación “full-time”, a tiempo completo —venía a decir el Santo Padre.
El sacerdote no puede serlo sólo durante unas horas al día. Su ocupación pastoral debería extenderse a lo largo de las 24 horas, siete días a la semana, doce meses al año. Puede haber descansos. Son necesarios. Pero no vacaciones. Un sacerdote de Dios Altísimo lo es siempre y a todas horas, aunque él —la persona— no quiera.
Es doloroso ver templos cerrados un día a la semana —o más— porque el sacerdote tiene que descansar. Ya sé que faltan trabajadores en la mies, pero ¿seguro que no se pueden organizar mejor en estos casos?
Si una persona escogió ser sacerdote por la paga o las vacaciones creo que se equivocó. Son los riesgos de la profesionalización. Ser sacerdote es algo más. En realidad, es mucho más...
Pero es que a los cristianos nos pasa algo parecido. Durante la jornada laboral nos cuesta serlo. O demostrarlo. Parcelamos nuestra vida en compartimentos estancos y a Dios —en el mejor de los casos— le reservamos algunos tiempos “muertos”. Pero no todos. En vacaciones no solemos llevarle con nosotros. Gracias a Dios, Él viene aunque no le invitemos.
¿Dónde están los niños y los monitores que acuden a misa los sábados cuando termina el curso? Y no hablo sólo de cuando se trasladan con toda la familia a sus lugares de veraneo. Lo hago también de cualquier puente o fiesta intercalada. ¿Y los de las primeras comuniones? ¿Y las familias?
Ya sé que no todo es ir a Misa. Pero, ¿se puede ser cristiano sin Eucaristía? Y si cumplir con esto —que es más o menos sencillo— no se hace, ¿cómo vamos a ser signo y anuncio de Dios en el mundo?
Me temo que no sólo muchos sacerdotes, sino que también muchos seglares nos hemos “profesionalizado”. Cuando eso ocurre, Dios se convierte en una obligación, no en una necesidad. En un peso, una carga, una cadena, y no en liberación, calma, paz y consuelo. En un “ser” ajeno”, y no en un amigo fiel. En un modelo de vida, y no en la Vida.
Conozco un sacerdote que en estos casos en los que se hace patente toda nuestra debilidad e imposibilidad de cambiar las cosas siempre recomienda lo mismo: rodillas.
Es decir: ponerse ante Dios y orar.
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